martes, 7 de septiembre de 2010

Esta fotografía me hizo volar, soñar, sonreír, hizo que mis ojos brillaran y que mi corazón saliera de su habitación oscura y solitaria.


Una tarde de viernes en la playa, ya de octubre, después de jugar al volei todos los de clase. Les había tocado en equipos separados. Hicieron un descanso, entonces él, sin más dilación le dio un suave y tierno beso en al mejilla. Todo era tan sencillo. Los dos, con sus sudaderas, la fresca brisa marina y las olas de un calmado mar de otoño, de fondo. Ella llevaba el pelo recogido en un moño despeinado, era real, sencilla, natural. No maquillaba su rostro, para qué. No sabía si era guapa, pero tampoco le importaba, a él le gustaba, le tenía a él, tenía su suave y moreno rostro, tenía sus brazos en los que se envolvía cada vez que tenía un segundo libre, sus discretos besos, su moreno pelo que cada día acariciaba delicadamente, sus interminables e interesantes conversaciones al final de cada tarde. Y a él, le pasaba exactamente lo mismo, la tenía a ella, tenía sus dulces carcajadas, su fosco y largo cabello, esos dos hoyitos que le aparecían en los carillos al esbozar una sonrisa, el brillo de sus ojos marrones.
Se tenían y no les hacía falta mostrarle al resto del mundo lo que hacían, cómo se querían. Eso era un secreto que solo sus corazones, en intimidad y bajo llave, guardaban. Se querían deshaciendo meses, días, horas, minutos y segundos. Sin pensar en el final.
Amando cada instante, amándose cada instante.

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